La rutina cotidiana empezaba a matarme, Salir, tráfico, llegar, trabajar, salir, llegar.
Lentamente me acuchillaba, mientras se desangraba mi felicidad. Hubiera querido tener la valentía para acabar con este sufrimiento por mi cuenta, pero no pude.
No estaba depresivo, si se lo preguntan, solo quería descansar… Para siempre.
Estaba harto de mi cuerpo que era la cárcel de mi alma, mi vista era atravesada por las rejas, las cuales solo me dejaban ver lo malo del mundo.
Nunca recibí visitas. Me sentía solo, sufría solo .Bajaba las escaleras, tal vez las del infierno y cruzando la calle, tuve mi libertad.
Karla Espinoza