Identidad Guayaquileña



¿Caminas por las plazas recordando los pasos que dieron
nuestros ilustres antepasados?
¿Has visto las estatuas
 que con mirada lejana
esperan que surjan  los  hijos, nuevas estrellas?

¿Recorres los malecones del Guayas y el salado
Que con su briza te  acarician,
como contando los romances del abuelo
 y los rubores de la abuela
 que cubría con su chorro ensortijado?

 ¿Escuchas cada día el sonar de la guitarra
Donde inmortalizo Jaramillo
El amor Guayaquileño
Que los jóvenes charrasquean imitando su tonada?


    ¿Has escalado el cerro,  admirando desde la altura
esa hermosa arquitectura
que muestra una  ciudad
Pujante  en gloria y deseosa de aventura?


¿Avistas el muelle en el rio
Donde despide el campesino la riqueza de su tierra,
El pescador la cosecha de su mar
Y el artesano, la obra de su mano?
¿Donde recibe el comerciante la moda a su vitrina?
¿La industria el alimento, que ofrece trabajo a miles y cientos?

¿Has sembrado aquella flor?
O ese árbol
Donde anida
El ave, que en la mañana nos levanta?

Si lo hiciste, descubriste que esta tierra fértil Santa
Solo espera una mano amiga
Que engalane su ventana

El calor con el que nos abriga
Es el amor que nos prodiga
¡Hoy te prometo ciudad mía!
Construir un ciudadano
Que te adorne, te embellezca
Te eleve ponderosa
Y te proteja del villano.


Y si un día de tu muelle zarpa este barco,
 Lanzando su vela al viento
Retornara a ti, cargado
De un tesoro, en tu nombre valorado.

Y si se topa con el huracán
  amada mía,
 morirá en tu astillero
si ahí no puede ser  reparado

Así  ciudad querida
 Tu hija,
Orgullosa vino a decir,
¡Yo Soy de Guayaquil!
Valerie Bustos

Olvidando pensamientos




Fue cuando comencé a entender que tenía que hablar de ello en pasado. Me seguía preguntando el porqué de mi situación. No lo amaba, estaba segura de eso. Pero comencé a ver una nueva rama en un árbol con miles de posibilidades. Mi padre entró al cuarto y fingí dormir. 

El tiempo en el que él lo arregló y salió lo pasé pensando en mi feliz pasado. Seguí hablando con mi amiga Sofía. 

En cierto sentido esto de pensar tanto me acercaba más hacia ese tiempo y a la vez lo iba alejando cada vez más rápido. Pasado, me seguía repitiendo ¿Qué quiere de mí? Volví a responderle a Sofía. En realidad no la entendía, ¿Por qué pensar tanto el porvenir? El pasado está lleno de baúles viejos y olvidados ¿Quién no tiene curiosidad ante ellos? En ese momento supe qué rama era la correcta, era la más oculta entre todas. 

Una casi invisible por su estrechez, la más difícil de seguir sin caer pero al final la adecuada. El olvido, otro baúl más. 

María Verónica Paszkiewicz

Vida perfecta


Lilianna Márquez, lo tenía todo. Buena posición económica, una hermosa familia, un esposo que siempre estaba al pendiente. Ella era feliz. En su burbuja mágica, una vida concentrada en cuidar del hogar, de sus hijos, de su casa. 

Para la señora Márquez esto era de lo más normal, su madre solía ser la encargada del hogar mientras ella creció y como se apresuró a formar una familia no tuvo la oportunidad de terminar sus estudios. Pero eso ya no era importante, pues su esposo era perfecto: guapo, atento y con un excelente trabajo que les proveía todo. 

Pero el perfecto esposo, tenía un secreto, empezó el rumor entre las empleadas de las amistades de que el señor Márquez había sido visto un domingo en la mañana haciendo compras con otra mujer. Dicho rumor corrió hasta las señoras amigas de la familia, quienes se apresuraron a corroborar, como cualquier otra señora con ninguna ocupación en su mañana. 

Lastimosamente el chisme llegó a la casa de la familia Márquez, Lilianna no se lo podía creer. Pero el destino le obligo a abrir los ojos: el esposo llegaba muy tarde, oliendo a perfume de mujer, más feliz que lo usual. Lilianna creyendo que quedaba algo rescatable en su hogar, empezó a peinar más su hermosa y rubia cabellera, a delinear sus grandes ojos azules y a vestir ropa de mujer desesperada por recuperar a su esposo. 

Pero su belleza física no bastó para mantenerlo en casa, poco a poco el esposo perfecto se volvió en un maldito. Maldito, gritaba ella, cada vez que lo recordaba. Lagrimas corriendo por sus ojos, sus hijos, pobres hijos observando ese sufrimiento. Por un año sin ver a su padre, en condiciones de mendigos, con una madre que no sabía conservar un trabajo por más de una semana: por su mal currículo y su inexperiencia o edad. 

Vieron el primer rayito de luz al reconocer a su padre caminando en dirección al hogar, cabizbajo y arrepentido. 

Doménica Estéfano