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En esta época es cuando más lo recuerdo. Él era
hermoso y adorable; tenía el corazón más
grande que había conocido. Recuerdo su singular risa “ JO JO JO”, su larga
barba blanca y el olor delicioso del chocolate caliente, que inundaba mi hogar
en estas fechas. Si, aún recuerdo… y como olvidar, si ahora lo veo en
propagandas e inclusive en baratas imitaciones. Era un buen hombre y su bondad
lo llevó a la locura. Recuerdo su amor por los trajes rojos de esta época y
cuando me decía: “querida alista mis trajes de navidad’’… él creía que animaban
las fiestas.
Tengo grabado el recuerdo cuando lo conocí hace 50
años, tan sonriente; trabajaba en un taller de juguetes, y en navidad le gustaba
trabajar horas de más para hacer unos cuantos juguetes para los niños de su
barrio; yo me quedaba con él y lo ayudaba a pintarlos. Él tenía 23, yo 19. Hoy esa
remembranza trae consigo la presencia de
soledad y tristeza, de saber que ya no está.
Cuando se jubiló del taller, sufrió una gran crisis,
una gran depresión. Le pedía que siga construyendo cosas y que yo las pintaría.
Él solo decía la misma excusa que habían usado con el: “ya estás viejo, son
nuevas máquinas, un nuevo tiempo, nadie quiere juguetes sino juegos de video y
tecnología, lo lamento”. Hasta que una mañana de Diciembre se levantó como que
si hubiera tenido un sueño donde renació. Se encerró en su taller, horas y
horas, y yo solo lo espere despierta en la habitación; ese fue el primer día
que vi el amanecer sin él. Pensando que se había quedado dormido lo fui a
buscar a su taller, y al abrir la puerta lo vi, el piso y las repisas
llenas de juguetes, y era su rostro la evidencia más grande de que se escapó de
la manta de Morfeo. Al acercarme vi sus manos, rojas y lastimadas; vi sus ojos
hinchados, y su risa, su risa que tanto amaba, tenía cierta pizca de locura que
me hizo estremecer. Tome su brazo y le dije: -
“cariño deberíamos ir a descansar”.
Él me miró con desconcierto, con sus ojos
abiertos y hasta podría decir que frenéticos, tomo mi brazo y me dijo: “tengo solo este día para terminar
los juguetes para todos los niños del mundo, y luego de eso entregarlos”.
En alguna situación diferente me hubiera inundado de
ternura, pero fue su voz, o tal vez su mirada que hizo correr un escalofrío en
mi espalda. Volví a insistir en que regrese a la cama, pues ya no era un
jovencito para amanecerse así, y fue ahí cuando supe que ese sueño había
despertado algo en él. Me gritó con furia y me miraba con odio y como si fuera
un ser que no entendiera, me botó de su taller arrastrándome del brazo; mis
pies descalzos sufrieron una pequeña cortada por vidrios regados. A veces veo
la pequeña marca, y volvería a pasar por ese piso, si fuera por sentir su mano
en mi brazo otra vez. Me encerré en mi habitación, furiosa y desconcertada; y
olvide por completo que era nochebuena. El corte en el pie no había sido tan
leve, así que intente curarlo. Alrededor de las doce, cuando me sentía mejor y
mi resentimiento se había ido, me propuse bajar, a ver como se encontraba, y
preparar algo de comer. Justo en ese instante, al entrar, se puso su traje
rojo; ignorando mis preguntas, mi presencia, y se fue, no pude seguirlo. Llamé
a la policía, le expliqué la situación, pasaron horas y horas, y no lo
encontraban. Al parecer no era la única razón por la que lo buscaban, pues
algunos vecinos también habían llamado; porque un loco había entrado a su casa
a la fuerza, comiendo todo al paso, y destruyendo algunos adornos, pero que
había dejado un regalo que hasta miedo les daba abrirlo. A eso de las 5, apunto
de amanecer, lo encontramos.
Estaba subiendo a la chimenea de una casa; y así
fue como mientras todos despertaban en su mañana de navidad, yo entraba en un
carro de policía, con al amor de mi vida en brazos y con una camisa de fuerza
para controlarlo; pues el solo gritaba y lloraba que debía seguir entregando
los regalos.
Así pasamos días y días en un centro psiquiátrico,
donde vi a mi esposo desquiciarse más y más, diciendo ser alguien que no era;
solicitando sus renos, elfos y trineo. La última vez que lo vi fue una mañana
de Enero, parecía tanto él, que pensé que lo recuperaba. En la noche recibí una
llamada telefónica que mi Santa Klaus, como él decía que se llamaba, había
dicho que seguiría su trabajo como espíritu.