El reloj marcaba las doce de la noche.
Ya estaba acostumbrada a ese dolor.
Se miró al espejo y, esta vez más decidida que las
otras, se dispuso a salir de su departamento en las calles góticas de
Barcelona.
La calle era silenciosa. Sólo se escuchaban sus tacos
resonar contra el piso de piedra sucesivamente.
El sentimiento que recorría
por su sangre era diferente. Sabía que esta vez no eran negocios. Esta vez era
algo personal.
Entonces lo vio. Un cartel
inmenso con la cara que había visto hace unos minutos en el espejo, acompañada
de las palabras “Se busca”.
Se había jurado a sí misma que
no volvería a suceder. No desde aquella vez en París que casi fue descubierta.
Pero la venganza era la droga a la que más adicta era, y ahora más que nunca se
sentía impotente ante su necesidad.
Murió más rápido de lo que se
merecía. Pero cada segundo de su agonía fue puro goce para la doncella.
“Son mensajes; indirectas muy
directas. Y si el mensaje no les llega, yo les haré saber”
Decía siempre ella al regresar
a su departamento. Pero esta vez no dijo ni una palabra. Se limpió la sangre de
su cuerpo y se deshizo de la ropa con las evidencias y se durmió serena y en
paz, tal y como duerme un bebé de alma pura.
El reloj marcaba las doce del
día.
Ya estaba acostumbrada a ese
dolor.
Se miró al espejo y sus ojos
miraron al reflejo del televisor. Otra vez ese rostro. El que vio antes, pero
no ve ahora.
Escuchó la voz que estaba a
sus espaldas. “Mi amigo Ricardo fue asesinado ayer. Las noticias dicen que las
evidencias señalan a La doncella, otra vez. No sé hasta dónde va a llegar esta
mujer... ¡Y la policía no hace nada! ¿Qué hay de nuestra seguridad?” La
doncella abrazó y besó al hombre para tranquilizarlo, “¡Sólo mírala, es tan
hermosa que da miedo! ¡Antes los hombres teníamos el poder! ¿Y ahora? ¡Ahora ni
autoridad tenemos!” La doncella sonrió y lentamente se le acercó al oído y le
susurró; “Cariño, lo único a lo que debes temer ahora, es el que me digas dónde
y con quién estuviste anoche.”
Paula Palacios